viernes, 20 de enero de 2012

Mujercísimas


Nunca he llegado a entender a todas aquellas personas empeñadas en Felicitar las fiestas Navideñas con fotos suyas o de sus bebés vestidos de papa Noel, o peor aun, con las astas del reno Rudolf puestas… esto en el mejor de los casos, porque todavía no me puedo sacar de la cabeza la felicitación que recibí hace tiempo de unos amigos en el que iban vestidos de Batman y Robin… ¿Hay alguna parte de la Biblia que no me enseñaron en el colegio?

Pasadas éstas fechas, uno ya puede volver a tomar aire fresco, hacer dieta, y seguir con su vida normal y con su mal humor sin tener la presión de fingir una sonrisa de oreja a oreja entusiasmado con el reflejo de las luces navideñas, ya que parece que dichos días todos tenemos la misión de ser felices y estar contentos.

Para mi, la Navidad dejo de ser una etapa feliz a partir de los 30, para convertirse en un deporte casi olímpico de lo más esperado… el de criticar y observar
He conseguido cambiar la visión de aquellas comidas y cenas interminables de desmesuradas cantidades de comida, que paradójicamente sirven para celebrar que el niño Jesús nació en un establo totalmente desamparado, para poder criticar y analizar las situaciones tan divertidas que suceden en estos acontecimientos y que antes siempre me pasaban desapercibidas.

En la última comida que me invitaron en casa de unos amigos puede ser testigo de primera mano de varias escenas cómicas. La primera de ellas fue cuando uno de los familiares que hacia un año que no veían(desde las últimas Navidades) quedaba embobado viendo las fotografías que tenia expuestas la anfitriona de la fiesta en el comedor de la casa, vi, como halagaba lo bien que estaban en esa foto que se habían echo en la última boda que habían asistido, y la anfitriona, asintió con la cabeza orgullosa de esa foto, de lo que no se dio cuenta es que 2 minutos más tarde, ese mismo familiar le señalo con el dedo a su pareja la foto citada y con una semi carcajada le comento: -Que foto tan horrenda, ella sale mirando ‘pa Cuenca’ y el se nota que no esta acostumbrado a llevar traje. A lo que el cónyuge le contesto: - si no tienen ni un duro. Es una exhibición de ostentosidad. Era gracioso que aquello lo dijera una “mujercísima” que no se había sacado de encima el abrigo de pieles que llevaba desde que entro en la casa, y eso que la calefacción estaba puesta a 25º por parte de un ataque de esplendor de la matriarca.

Durante la comida (ellos bien vestidos y ellas con sus perlas y sus joyas), hablaban de lo mal que esta el trabajo y la economía, ¡maldita crisis! Exclamo uno de los comensales, pero repito, ellos iban bien vestidos, y ellas con sus perlas y sus joyas, ¡sin olvidarnos de la del abrigo de pieles!, que en un acto de humildad se lo saco para comer.

Llego la sobremesa y habíamos acordado con anterioridad hacer un sorteo donde cada uno le tocaría hacer un regalo a otro de la mesa, sin que éste pasara de los 10€. Cada cara al abrir su regalo era un poema, ¿Qué esperaban que les regalaran por 10€?.
Empezó la matriarca de la casa, que al abrir su regalo quedo deslumbrada por una extraña figurita de cristal sin forma determinada que claramente se había comprado en unos “chinos”, aunque el envoltorio fuera una caja de Swarovski, con una sonrisa más que forzada lo acepto, y aunque en principio nadie tenia que saber quien hacia el regalo a quien, todos quedamos simulando la misma sonrisa más que forzada sin pronunciar palabra hasta que María (la del abrigo de pieles), dijo: ¡que bonito!, eso a tenido que costar mucho más de 10€. Estaba más que claro quien hizo aquel regalo…

La misma escena se repitió con todos, con regalos como un abre nueces en forma de ardilla, con un cenicero picasiano, y con una gran cantidad de objetos de dudosa utilidad y con muchos brillos… como la Navidad.

De vuelta a mi casa empachado de tanta comida, tanto dorado, tanto Cristo, tantas luces de colores y con una hucha de Nueva York en forma del Empire State Buiding plateado y con brillantes en mis manos, analizaba toda aquella comida y las que previamente ya había tenido durante las fiestas, todas eran iguales, todas eran lardes de cosas que muchas veces ni siquiera nos podíamos permitir.

Ya entrando en mi casa, y al ver que allí no había rastro de cristiandad por ninguna parte ni nada que brillara o simulara la Navidad, me mire las manos que sujetaban mi regalo y empecé a reírme a carcajada suelta, me asome a al balcón para decir adiós a la Navidad de aquel año, y con la situación económica mía por culpa de una hipoteca reciente, también dije adiós al sueño de ir a Nueva York tirando aquella horrorosa hucha desde las alturas, y una vez más, me reafirme en mi pensamiento, la Navidad, si no hay niños de por medio, solo es más que una época para que se deleiten la gran cantidad de mujercísimas que existen esparcidas por este país.


Lu.



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