Nunca he llegado a entender a todas aquellas personas
empeñadas en Felicitar las fiestas Navideñas con fotos suyas o de sus bebés
vestidos de papa Noel, o peor aun, con las astas del reno Rudolf puestas… esto en el
mejor de los casos, porque todavía no me puedo sacar de la cabeza la
felicitación que recibí hace tiempo de unos amigos en el que iban vestidos de
Batman y Robin… ¿Hay alguna parte de la Biblia que no me enseñaron en el colegio?
Pasadas éstas fechas, uno ya puede volver a tomar aire
fresco, hacer dieta, y seguir con su vida normal y con su mal humor sin tener
la presión de fingir una sonrisa de oreja a oreja entusiasmado con el reflejo
de las luces navideñas, ya que parece que dichos días todos tenemos la misión
de ser felices y estar contentos.
Para mi, la
Navidad dejo de ser una etapa feliz a partir de los 30, para
convertirse en un deporte casi olímpico de lo más esperado… el de criticar y
observar
He conseguido cambiar la visión de aquellas comidas y cenas
interminables de desmesuradas cantidades de comida, que paradójicamente sirven
para celebrar que el niño Jesús nació en un establo totalmente desamparado,
para poder criticar y analizar las situaciones tan divertidas que suceden en
estos acontecimientos y que antes siempre me pasaban desapercibidas.
En la última comida que me invitaron en casa de unos amigos
puede ser testigo de primera mano de varias escenas cómicas. La primera de
ellas fue cuando uno de los familiares que hacia un año que no veían(desde las
últimas Navidades) quedaba embobado viendo las fotografías que tenia expuestas la
anfitriona de la fiesta en el comedor de la casa, vi, como halagaba lo bien que
estaban en esa foto que se habían echo en la última boda que habían asistido, y
la anfitriona, asintió con la cabeza orgullosa de esa foto, de lo que no se dio
cuenta es que 2 minutos más tarde, ese mismo familiar le señalo con el dedo a
su pareja la foto citada y con una semi carcajada le comento: -Que foto tan
horrenda, ella sale mirando ‘pa Cuenca’ y el se nota que no esta acostumbrado a
llevar traje. A lo que el cónyuge le contesto: - si no tienen ni un duro. Es
una exhibición de ostentosidad. Era gracioso que aquello lo dijera una
“mujercísima” que no se había sacado de encima el abrigo de pieles que llevaba desde que
entro en la casa, y eso que la calefacción estaba puesta a 25º por parte de un
ataque de esplendor de la matriarca.
Durante la comida (ellos bien vestidos y ellas con sus
perlas y sus joyas), hablaban de lo mal que esta el trabajo y la economía, ¡maldita crisis!
Exclamo uno de los comensales, pero repito, ellos iban bien vestidos, y ellas
con sus perlas y sus joyas, ¡sin olvidarnos de la del abrigo de pieles!, que en
un acto de humildad se lo saco para comer.
Llego la sobremesa y habíamos acordado con anterioridad hacer un sorteo donde
cada uno le tocaría hacer un regalo a otro de la mesa, sin que éste pasara de
los 10€. Cada cara al abrir su regalo era un poema, ¿Qué esperaban que les
regalaran por 10€?.
Empezó la matriarca de la casa, que al abrir su regalo quedo
deslumbrada por una extraña figurita de cristal sin forma determinada que claramente se
había comprado en unos “chinos”, aunque el envoltorio fuera una caja de Swarovski, con una sonrisa más que forzada lo acepto, y aunque en principio
nadie tenia que saber quien hacia el regalo a quien, todos quedamos simulando
la misma sonrisa más que forzada sin pronunciar palabra hasta que María (la del
abrigo de pieles), dijo: ¡que bonito!, eso a tenido que costar mucho más de
10€. Estaba más que claro quien hizo aquel regalo…
La misma escena se repitió con todos, con regalos como un
abre nueces en forma de ardilla, con un cenicero picasiano, y con una gran
cantidad de objetos de dudosa utilidad y con muchos brillos… como la Navidad.
De vuelta a mi casa empachado de tanta comida, tanto dorado,
tanto Cristo, tantas luces de colores y con una hucha de Nueva York en forma
del Empire State Buiding plateado y con brillantes en mis manos, analizaba toda
aquella comida y las que previamente ya había tenido durante las fiestas, todas
eran iguales, todas eran lardes de cosas que muchas veces ni siquiera nos
podíamos permitir.
Ya entrando en mi casa, y al ver que allí no había rastro de
cristiandad por ninguna parte ni nada que brillara o simulara la Navidad , me mire las manos
que sujetaban mi regalo y empecé a reírme a carcajada suelta, me asome a al
balcón para decir adiós a la
Navidad de aquel año, y con la situación económica mía por
culpa de una hipoteca reciente, también dije adiós al sueño de ir a Nueva York
tirando aquella horrorosa hucha desde las alturas, y una vez más, me reafirme
en mi pensamiento, la Navidad ,
si no hay niños de por medio, solo es más que una época para que se deleiten la
gran cantidad de mujercísimas que existen esparcidas por este país.
Lu.